Menu

Año 9 #102 Abril 2023

Frío, tibio, caliente

No aguanto el frío. Entro a la casa sabiendo que no debería hacerlo. Me aseguro de que no se note el arma que llevo oculta por el saco y me muevo entre los invitados tratando de pasar desapercibido. Me detiene un hombre canoso.

—¿Vio a la señora?

La señora es la mujer del jefe. Una rubia, menuda, de ojos almendrados y mirada triste que está apoyada en el marco de la puerta de la cocina.

—No —digo, pero mis ojos me delatan.

El canoso va hacia ella. Yo busco a mi jefe y lo veo hablando con un invitado. Vuelvo a mirar a la señora. Está discutiendo con el canoso. Nunca la vi tan alterada. Se aleja del hombre llorando y sube las escaleras.

Miro a mi alrededor. Mi jefe sigue hablando con el invitado sin hacer el menor gesto de seguirla. Subo las escaleras tratando de que él no me vea. No tengo nada que hacer arriba, si me descubren voy a tener problemas. Dudo, me detengo y decido bajar, sin embargo, me encuentro golpeando la puerta del dormitorio principal.

—Adelante —me responde la mujer de mi jefe, sollozando.

Abro la puerta con cuidado. El ambiente está bañado por una luz rojiza, que lo hace suave y mórbido. Ella está sentada en la cama con el cabello desordenado y la mirada perdida. Me freno, ahora que estoy adentro me doy cuenta de lo raro de la situación. Antes de que pueda salir ella me mira.

—Ah, Javier. Me siento mal, ¿serías tan amable de buscar mis pantuflas? —me dice señalando debajo de la cama.

—Sí, claro.

Me adelanto, dejo el arma en la mesa de luz y arrodillándome comienzo a revisar. Curiosamente siento que el piso está frío, a pesar de la alfombra.

—Más acá, Javier.

Llego gateando hasta quedar frente suyo. Me toma la mano.

—¿Qué te pasa? ¿Me tenés miedo?

—No, no, señora —digo con cautela cuando descubro que tiene las pantuflas puestas.

—Es curioso como una no valora lo que tiene. Nunca te agradecí que seas tan bueno conmigo, tan fiel…

Empieza a pasar mi mano por sus muslos. Son suaves y cálidos. Me caliento. Intento quitar la mano, pero no puedo, ella la tiene agarrada. Mi cabeza da vueltas. ¿Lo que me está pasando es real? No sería la primera vez que sueño con ella.

—Yo… ya encontré sus pantuflas.

—Claro, mi amor, claro, no te preocupes, sé que puedo contar con vos, que nunca vas a traicionarme.

Sigue subiendo mi mano por sus muslos, guiándola hacia su sexo húmedo y cálido. Dejo de sentir frío y me aferro a ese calor con todas mis fuerzas mientras ella abre sus piernas y revuelve mi mano en su sexo casi con desesperación. Empieza a gemir. Asustado, miro hacia la puerta, alcanzo a ver que está abierta. Si alguien llega a subir estoy perdido. Trato de separarme, pero ella se incorpora y me besa. Su lengua tibia, suave, invade mi boca. Respondo automáti-camente, pero luego trato de retroceder. Ella me retiene.

—Me gustás, Javier. Me gustás mucho. Soñé con esto desde que te trajo mi marido. Sé que yo también te gusto. Me doy cuenta por cómo me mirás. Decime la verdad ¿Te caliento?

—Mucho —se me escapa.

Empieza a quitarme la ropa, lo hace con urgencia. La ayudo y en pocos segundos estoy desnudo. No siento el frío, las caricias me encienden. Ya no hay marcha atrás y me dejo llevar.

Ella comienza a besar mi pecho para luego bajar y quedar arrodillada frente a mí.

—Alguien puede venir —digo en voz alta, aunque ya no me importa.

La tomo de los cabellos atrayéndola. Entro en su boca. Un cosquilleo sube desde mi sexo y se instala en mi cerebro impidiéndome reaccionar. Soy un juguete que ella maneja con la lengua.

Noto que alguien se acerca a la puerta y se asoma. No alcanzo a ver quién es e intento separar a la mujer de mi jefe, pero ella no me suelta y yo dejo de resistirme, ya jugado me dejo llevar por las sensaciones. Si esto es un sueño, definitivamente no quiero despertar.

La boca cálida de ella me abandona e inme-diatamente siente el frío.

—Vení, te quiero dentro mío —dice.

Se tira sobre la cama, abriendo las piernas. No tiene ropa interior. No puedo creer lo que está pasando. Lo imaginé la primera vez que la vi y lo seguí imaginando cada vez que estaba cerca de ella.

La penetro. De nuevo me invade el calor. Intento aguantar, no quiero que termine, pero no puedo soportar mucho tiempo. Cuando toda esa energía acumulada está por rebalsar escucho un ruido metálico.

Recupero la razón, regresan el frío y el miedo. Recuerdo que me pareció ver a alguien asomándose a la habitación.

Me acerco al umbral de la puerta con cautela y me asomo al pasillo. Me paralizo al ver al canoso está hablando con mi jefe. Me ven.

—Javier, ¿mi mujer se encuentra bien?

—Creo que sí —balbuceo.

Salgo al pasillo. Su mirada se fija más abajo de mi cintura y me doy cuenta de que estoy desnudo. Trato de cubrirme con las manos.

—Acercate, Javier. Necesitamos hablar con vos.

No respondo. Avanzo como un autómata hacia las escaleras, bajo y cruzo el salón donde ya no queda nadie, alcanzo la puerta de salida y gano el frío de la calle.

No llego muy lejos, me encuentro con un patru-llero estacionado frente a la entrada de la casa. Dos policías me cortan el paso y me obligan a subir al auto. Espero en el asiento trasero un buen rato hasta que un oficial sale de la casa ajustándose la gorra.

El oficial sube y se sienta a mi lado. Intento hablar, pero con un gesto me detiene.

—Vamos —le dice al chofer.

El patrullero arranca. El viaje dura unas pocas cuadras que el frío transforma en interminables. Por fin se detiene frente a un terreno baldío. Espero el interrogatorio que no llega. Levanto la vista hacia el oficial para justificarme en el preciso momento en el que éste se quita la gorra descubriendo su cabello canoso y apoya su mano en mi pierna desnuda, sin hacer caso de mi asombro.

—No te resistas. Más tarde o más temprano vas a terminar hablando, te conviene hacerlo ahora. Dame el nombre de tu compañera —dice el hombre, subiendo lentamente su mano por mi muslo.

Recibo una descarga que convierte el frío en una puntada.

Trato de abrir los ojos desesperadamente y lo consigo. Despierto sobresaltado. El alivio momentáneo pronto se transforma en miedo. Estoy desnudo, acos-tado sobre una mesa de metal y atado con grilletes. El canoso regula la tensión de la picana.

Desesperado, vuelvo a cerrar los ojos e intento volver a mi sueño, pero el frío no me deja.

 

  • Oscar Tato Tabernise
    Tabernise, Oscar Tato

    Oscar (Tato) Tabernise en teatro ha escrito El Clú, Tocala de nuevo, Cacho, Bailando con el muerto, Perras o diosas y otras representadas en Argentina, España, Francia, Estados Unidos y México. En televisión es coautor de Poliladron, y de producciones para Argentina y México. En cine, guionó la adaptación de su novela negra El muertito.