Menu

Año 3 #24 Octubre 2016

Sinfonia Nº 3, op 78 para órgano.

Apostilla:

Escribe José Pablo Feinmann en Página/12 del 15 de mayo de 2011 acerca del más grande acontecimiento musical del siglo XX, el estreno en París de la Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky:

No bien empieza a escucharse bajo la batuta del gran Pierre Monteux en la sala corre un rayo que hiere y enciende todas las conciencias. Aquí interviene Camille Saint-Saëns, que era el amo de la música en Francia por ese entonces. Altanero, despectivo, enemigo de las disonancias, amante del equilibrio en la música, autor de obras célebres, festejadas y –muchas de ellas– muy hermosas, pasará a la historia como: “El más grande de todos los compositores, sin genio”. O como: “El primero de todos los segundos”. Era un dotado o más que eso aún. Liszt lo admiró como pianista. Era capaz de deslumbrar no sólo en música sino en física, matemáticas y plástica. Pero algo lo retenía interiormente y le impedía arrojarse a aventuras estéticas dignas de su talento. En verdad, los juicios negativos sobre él y su obra provienen de la asimetría entre su capacidad (porque, acaso contrariamente a lo se dirá, era un genio) y su escaso coraje para el riesgo, la búsqueda, el quiebre. (Como sea, tiene dos conciertos para piano que han permanecido y permanecerán: el N0 2 y el N0 4.) Ese 29 de mayo de 1913, apenas escucha los primeros acordes de la pieza de Igor, pregunta, con fastidio, a uno de sus discípulos: “¿Qué instrumento es ese?”. Aquí corresponde una aclaración: Saint-Saëns seguramente no lo ignoraba, pero si él no reconocía un instrumento jamás sería el culpable del hecho, sino el torpe compositor que lo había tornado irreconocible. Un discípulo le dice: “Un fagot”. “¿Un fagot?” “Ocurre, Maestro, que está tocado en una tonalidad tan aguda que es imposible reconocerlo.” Saint-Saëns dice alguna frase hiriente y se va. Stravinsky, más tarde, rindiéndole un homenaje sin saberlo, dirá: “No se fue en seguida. Se fue hacia la mitad de la obra”. O sea, “Saint-Saëns aguantó bastante. La consagración no es tan mala”. Ravel, en medio del público enardecido, gritaba: “¡Genio! ¡Genio!”. Debussy pedía que al menos la obra fuera escuchada. Nijinsky quería –por momentos– arrojarse sobre la gente y repartir trompadas, pero prefería –como pudiera– dirigir a sus bailarines. Pierre Monteux seguía conduciendo como si nada ocurriera.

Nota completa: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-168202-2011-05-15.html

 

  • Saint Saëns
    Saint Saëns

    Charles Camille Saint-Saëns (París, 1835-Argel, 1921) fue un compositor francés. Perdió al padre cuando contaba solamente cuatro meses, y recibió la primera formación musical de su madre y de una tía; se mostró tan precoz que a los cinco años pudo ya componer para el piano. Fue confiado a la guía del pianista Camille Stamaty (1811-1870), que lo presentó como pequeño virtuoso del piano en 1845.

    Estudió órgano con Benoit y composición con Jacques Halévy. En 1852 ganó un concurso con una Ode à Sainte Cécile; en 1853 fue nombrado organista de St. Merry, y en el año 1857 alcanzó el mismo cargo en la Madeleine; en 1861 obtuvo la cátedra de piano de la escuela Niedermeyer. Su primera obra teatral, Le timbre d'argent (1864-1865), no pudo llegar a la escena.

    Temperamento batallador y enérgico, fundó en 1871 la Société Nationale de Musique, orientada al fomento de la ejecución y la difusión de la nueva música francesa. La iniciativa —a la cual adhirieron Lalo, Franck, Bizet y Fauré— tuvo una gran importancia. En 1872 Saint-Saëns pudo ver finalmente satisfechas sus aspiraciones escénicas cuando fue representada —aunque con escaso éxito— su obra La princesse jaune en la Opéra Comique.

    A esta misma época pertenecen algunas de sus producciones sinfónicas más importantes: los poemas La rueca de Onfalia (1871), Phaéton (1873), Danza macabra (1874) y La jeunesse d'Hercule (1877), en las que puede percibirse una intensa influencia de Liszt; el segundo concierto para plano en sol menor (1868), el tercero en mi bemol mayor (1869) y el cuarto en do menor (1875).

    Acariciado por el honor y la fama, terminó casi repentinamente sus días en Argel, donde pasaba el invierno desde hacía ya algunos años, poco después de la primera Guerra Mundial, en cuya época figuraba entre los nacionalistas más ardientes.

     

Más en este número « El vampiro