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Año 2 #14 Noviembre 2015

Desgracia

Coetzee no se anda con chiquitas, rastrea el alma humana como pocos. El que sigue es un fragmento de Desgracia, una excelente novela.

 

17

El trabajo en la clínica[1], en domingo, queda concluido. La carga de muerte ya está en la furgoneta. Su última tarea consiste en fregar el suelo del quirófano.

—Yo me ocupo de eso —dice Bev Shaw cuando vuelve del patio—. Estarás deseoso de volver.

—No tengo prisa.

—Ya, pero debes estar acostumbrado a un tipo de vida muy distinto.

—¿Un tipo de vida muy distinto? No sabía que la vida se dividiera en tipos.

—Quiero decir que aquí seguramente la vida se te hará muy aburrida. Debes echar de menos tu propio círculo. Debes echar de menos a tus amistades femeninas.

—¿Amistades femeninas? Imagino que Lucy te habrá contado por qué me marché de Ciudad del Cabo. Allí no me dieron mucha suerte las amistades femeninas.

—No deberías ser duro con ella.

—¿Duro con Lucy? No va conmigo eso de ser duro con Lucy.

—No me refiero a Lucy. Me refiero a la joven de Ciudad del Cabo. Lucy dice que hubo una joven que te causó muchas complicaciones.

—Pues sí, sí que hubo una joven. Pero en este caso fui yo el que causó las complicaciones. A esa joven le causé tantas complicaciones como ella a mí.

—Dice Lucy que tuviste que renunciar a tu puesto en la universidad. Eso tuvo que ser difícil. ¿No lo lamentas?

¡Qué ganas de meterse en todo! Es curioso el modo en que el tufillo del escándalo excita a las mujeres. ¿Pensará esa persona tan simple que él es incapaz de sorprenderla? ¿O es que esa sorpresa es otro de los deberes que asume tal cual, como la monja que se tiende para ser violada a fin de que se reduzca el índice de violaciones en el mundo?

—¿Que si lo lamento? No lo sé. Lo que sucedió en Ciudad del Cabo es lo que me ha traído aquí. Y aquí no soy infeliz.

—Ya, pero en el momento... ¿Lo lamentaste en el momento?

—¿En el momento? ¿Quieres decir... en el acaloramiento del acto? Por supuesto que no. En el acaloramiento del acto no caben dudas. Estoy seguro de que eso debes saberlo.

Se pone colorada. Ha pasado mucho tiempo desde que vio por última vez a una mujer de mediana edad ponerse colorada de semejante forma. Se ha sonrojado hasta la raíz del cabello.

—Sin embargo, Grahamstown te resultará muy tranquilo —murmura—. Por comparación, claro.

—No me importa Grahamstown. Al menos estoy al margen de las tentaciones. Por otra parte, no vivo en Grahamstown. Vivo en una granja con mi hija.

Al margen de las tentaciones: un comentario falto de tacto para hacérselo a una mujer, incluso a una mujer anodina. Pero no será anodina a ojos de todo el mundo. Tuvo que haber un tiempo en el que Bill Shaw viera algo en la joven Bev. Y tal vez también otros hombres.

Trata de imaginársela con veinte años menos, cuando su cara, mirando hacia arriba, sobre su cuello tan corto, tuvo que resultar coqueta, y su piel llena de pecas, acogedora, saludable. Por impulso, extiende la mano y le pasa un dedosobre los labios.

Ella baja la mirada, pero no se retrae. Al contrario, responde apretando los labios contra su mano —besándosela incluso—, sin dejar de estar furiosamente colorada.

Eso es todo lo que sucede. No llegan más allá. Sin mediar una palabra más, él se marcha de la clínica. A sus espaldas, la oye apagar las luces.

A la tarde siguiente recibe una llamada de ella.

—¿Podemos vernos en la clínica, a eso de las cuatro?

No es una pregunta, sino más bien un anuncio; lo hace con voz aflautada, tensa. A punto está de preguntarle: “¿Para qué?”, pero tiene la sensatez de callarse. Podría apostarse cualquier cosa a que ella no ha recorrido antes ese camino. En su inocencia, ese debe de ser el modo en que da por hecho que se llevan a cabo los adulterios: la mujer telefonea a su perseguidor, se declara dispuesta.

La clínica no está abierta los lunes. Él entra y cierra con llave por dentro. Bev Shaw está en el quirófano, de pie, de espaldas a él. La abraza; ella le roza con la oreja el mentón; los labios de él se sumergen en los rizos pequeños y prietos de su cabello.

—Hay mantas —dice ella—. En el armario. En la estantería de abajo.

Dos mantas, una rosa y una gris, traídas de su casa, de contrabando, por una mujer que durante la última hora seguramente se ha bañado y se ha empolvado y se ha ungido para ese momento; una mujer que, por lo que él alcanza asaber, se ha empolvado y se ha ungido todos los domingos, y ha guardado un par de mantas en el armario, más que nada por si acaso. Una mujer que supone que, como él viene de la gran ciudad, como ha sido piedra de escándalo y el escándalo sigue unido a su nombre, hace el amor con muchas mujeres y cuenta con que le haga el amor a toda mujer que se cruce en su camino.

Hay que optar entre la mesa de operaciones y el suelo. Tiende las mantas en el suelo, la gris debajo y la rosa encima. Apaga la luz, sale de la habitación, se cerciora de que la puerta de atrás esté cerrada, espera. Oye el rumor de las ropas cuando ella se desviste. Bev. Jamás soñó que iba a acostarse con Bev.

Yace inmóvil bajo la manta; solo asoma la cabeza. Ni siquiera con una luz tan tenue hay encanto alguno en esa visión. Quitándose los calzoncillos, se acomoda al lado de ella y le pasa las manos por el cuerpo. No tiene pechos que se diga. Su cuerpo recio, sin cintura apenas, es como un barreño pequeño.

Ella le aprieta la mano, le pasa algo. Un preservativo. Está todo previsto de antemano, de principio a fin.

Entre los dos al menos él podrá decir que cumple con su deber. Sin pasión, pero también sin disgusto. De modo que al final Bev Shaw se sienta contenta consigo misma. Todo lo que se había propuesto lo ha logrado. Él, David Lurie, ha sido socorrido tal como es socorrido un hombre por una mujer; su amiga Lucy Lurie ha recibido ayuda con una visita difícil de tratar.

Que no me olvide de este día, se dice él tumbado junto a ella cuando ya están agotados. Después de las dulces y jóvenes carnes de Melanie Isaacs, a esto he terminado por llegar. A esto tendré que empezar a acostumbrarme, a esto y a mucho menos que esto.

—Se hace tarde —dice Bev Shaw—. Tengo que irme.

Él aparta la manta a un lado y se pone en pie sin hacer ningún esfuerzo por ocultarse. Que su mirada abarque su ración de Romeo, piensa él, que se detenga en sus hombros algo caídos y en sus flacas piernas. Desde luego que se hace tarde. Pende en el horizonte un postrer resplandor carmesí; la luna luce en lo alto; el humo se ha posado en el aire; del otro lado de una franja de tierra yerma, de las primeras hileras de chabolas, llega un ronroneo de voces. Ante la puerta, Bev se aprieta por última vez contra él, apoya la cabeza sobre su pecho. Él la deja hacer, tal como le ha dejado hacer todo lo que ella ha tenido necesidad de hacer. Sus pensamientos vuelan hacia Emma Bovary en el momento en que se planta ante el espejo después de su primera tarde triunfal. ¡Tengo un amante, tengo un amante!, canturrea Emma para sí. Bueno, pues dejemos que la pobrecita Bev Shaw regrese a su casa y cante lo que tenga que cantar. Y ya basta dellamarla pobrecita Bev Shaw, si ella es pobre, él está en bancarrota.

 

 

 

[1]La clínica está ubicada en Grahamstown, en la campaña pobre de Sudáfrica. En ella se hacen eutanasias de animales, perros en especial, que la gente ya no puede mantener. El personaje central, David Lurie, abandonó su carrera de profesor universitario por un affaire con una joven alumna.

  • J. M. Coetzee
    Coetzee, J. M.

    John Maxwell "J. M." Coetzee  (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940)  se crió en Sudáfrica y Estados Unidos. Es un escritor en lengua inglesa nacido en Sudáfrica y nacionalizado australiano en 2006, donde reside desde 2002, en la ciudad de Adelaida. El 10 de diciembre de 2003 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose así en el cuarto africano que lo recibe.Es profesor de literatura en laUniversidad de Ciudad del Cabo, traductor, lingüista, crítico literario y, sin duda, uno de los escritores más importantes queha dado estos últimos años Sudáfrica.

    En 1974 publicó su primera novela, Dusklands. Le siguieron In the Heart of the Country(1977), con la que ganó el CNA, el primer premio literario de las letras sudafricanas; Esperando a los bárbaros (1980), también premiada con el CNA; Vida y época de Michael K. (1983), que le reportó su primer Booker Prize y el Prix Étranger Femina; Foe(1986); Age of Iron (1990); El maestro de Petersburgo (1994) e Infancia (1997). También le han sido concedidos el Jerusalem Prize yThe Irish Times International Fiction Prize.

    Obra:

    Novelas:

    1974 - Dusklands (Tierras de poniente; Mondadori)

    1977 - In the Heart of the Country (En medio de ninguna parte; Mondadori).

    1980 - Waiting for the Barbarians (Esperando a los bárbaros; Alfaguara).

    1983 - Life & Times of Michael K. (Vida y época de Michael K.; Alfaguara).

    1986 - Foe (Foe; Alfaguara).

    1990 - Age of Iron (La edad de hierro; Mondadori).

    1994 - The Master of Petersburg (El maestro de Petersburgo; Anaya & Mario Muchnik).

    1999 - Disgrace (Desgracia; Mondadori).

    2003 - Elizabeth Costello (Elizabeth Costello; Mondadori).

    2005 - Slow Man (Hombre lento; Mondadori).

    2007 - Diary of a Bad Year (Diario de un mal año; Mondadori).

    2013 - The Childhood of Jesus (La infancia de Jesús; Mondadori).

     

    Autobiografías noveladas:

    1977-1998 - Boyhood: Scenes from Provincial Life (Infancia; Mondadori)

    2002 - Youth: Scenes from Provincial Life II (Juventud; Mondadori)

    2009 - Summertime (Verano; Mondadori)

    2011 - Scenes from Provincial Life (Escenas de una vida de provincias; Mondadori). Volumen que recoge los tres títulos aquí arriba señalados