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Año 6 #62 Diciembre 2019

Jefazo

Ahora que echaron a Evo Morales Aima es bueno no olvidar. Por eso creemos oportuno releer el texto de Martín Sivak. Nada más una aclaración, no solamente quisieron echar a Evo, lo que quieren es echar a los pueblos originarios, a los pobres y a los trabajadores. Ahora se debatirán los errores de Evo, una aclaración: son nuestros errores.

Jefazo. Retrato íntimo de Evo Morales

Capítulo 5

El Palacio

(abril-mayo de 2007)

 

Gobierna de espaldas a la Plaza Murillo, desde la cabecera de una mesa rectangular de madera. Por seguridad y por una costumbre de sus tiempos de dirigente sindical, pocas veces permanece solo en su despacho, acaso impersonal. El piso es tarugado; las cortinas, de terciopelo; la alfombra, persa; las mesas, en su mayoría, ratonas; algunos vidrios ostentan el escudo de Bolivia. La luz de las arañas de ocho brazos y algunos spots incrustados en el techo señalan el equilibrio, o el conflicto, entre lo nuevo y lo viejo, que también recuerda la televisión insertada en un mueble de estilo.

Esa tarde de abril de 2007 Morales acababa de despertar de la siesta, obligatoria después de su enfermedad de marzo. Los médicos cubanos le diagnosticaron una sinusitis, lo operaron de los ojos y le exigieron que se cuidara y que descansara cada tarde. Había olvidado su cuerpo.

Desde entonces se acuesta durante una hora u hora y media en el cuarto contiguo al despacho. Nadie sabe con exactitud cuánto duerme porque desde la cama hace llamados con su celular.

—¿Dónde te has perdido, jefazo? —me recibió.

Después de un “¿cómo estás?” monologó durante un rato largo casi sin interrupciones. Como en los discursos públicos, los temas se entremezclan según vínculos firmes, pero a veces imperceptibles para sus oyentes. Se veía más ejecutivo, más hacedor y más preocupado por la gestión que el Morales de 2006.

—Condonaron la mitad de las deudas. Y yo pensaba que después de la condonación no sería posible pedir crédito. Antes estaba en contra de los créditos porque creía que había que usar la plata que uno tenía y ya… Por ejemplo, Japón condonó la deuda, pero sigue la cooperación…Yo tengo problemas con instituciones que deben controlar la plata. El pueblo tiene que controlar… En trece años se gastaron doscientos cincuenta mil millones de dólares en gastos reservados. Los ministros tenían sueldos de tres mil dólares y sobresueldos de [otros] tres mil dólares. Yo quería ganar cinco mil pesos (625 dólares), que es lo que necesito para la pensión de mis hijos, pero me dijeron que si pedía eso todos los ministros debían ganar menos que yo… Como dirigente sindical necesitaba para caminar y comer: acá es lo mismo y como me pagan la movilidad y la comida no necesito más… Algunos colaboradores se dejan envolver en la burocracia, otros miran el reloj todo el tiempo porque se quieren ir a sus casas... Yo quería aumentar el quince por ciento de los sueldos [de los maestros], pero el equipo económico me dijo que el tesoro no aguantaba. El año pasado aumentamos siete por ciento y este año aumentamos seis por ciento [la inflación fue del cuatro por ciento]... Yo acabo de entender lo del déficit fiscal y lo del superávit: antes de ser presidente no sabía… De 1970 en adelante el Estado siempre tuvo déficit fiscal. Y nosotros no fuimos a Estados Unidos a pedir dinero para pagar los aguinaldos, hemos pagado antes… Tampoco le pedimos al FMI o al Banco Mundial… De cada diez dólares que entran al Estado, dos vienen del gas… Las reservas estaban en mil setecientos millones y ahora están en tres mil quinientos millones. El peso boliviano se revalorizó frente al dólar... En las encuestas tengo el cuarenta por ciento contra el ocho por ciento del segundo… Empezamos con una deuda de cinco mil millones de dólares: cada boliviano debía unos quinientos dólares y ahora, menos de doscientos… Tampoco podemos cambiar el modelo de quinientos años, de veinte años, en un año y medio de gobierno… Antes yo sabía de coca y ahora sé de hidrocarburos. Después de la nacionalización de la mina de Vinto, en febrero, los ingresos aumentaron en treinta días. Algunos sectores, como tenemos más platita, piden más y más… Quiero que haya voto a partir de los dieciséis años. En el campo, el niño trabaja desde que anda: a los seis o siete años, ya espanta a los pájaros para que no se coman la quinua. Eso hice yo… A partir de los dieciséis debe poder votar y también ser elegido… Los ministros deberían pasar horas escuchando a los cocaleros… Hay un problema campesino que es el paso del campo a la ciudad. Hasta que no se resuelva ese problema no se resolverá el problema de Bolivia… En la ciudad muchas veces se pierde la organización por pequeñas cosas y eso en el campo no pasa… Mira, yo nunca pensé en ser alcalde y ahora soy presidente.

Esa tarde, hablaba como alcalde y como Presidente. Su primer año de gestión cerró con una paradoja: muy buenos números económicos (bajaron la pobreza, la desocupación, por primera vez en treinta años no hubo déficit fiscal —pero sí superávit— y la deuda externa se redujo a la mitad) y dificultades políticas por conflictos regionales y con distintos sectores sociales.

Ese Evo de abril de 2007 ya había incorporado a su retórica radical las preocupaciones del gestor. El Palacio, en el que siempre temió quedar encerrado, preso de protocolos ajenos, había empezado a moldearlo.

También lo inquietaba la mala performance de algunos ministros: en una evaluación, algunas habían llorado: “Tú sabes: las compañeras son más sensibles”. Les reclamaba, entre otras cosas, su mismo compromiso. Si por él fuera, elegiría ministros sin familia y despojados de todo interés ajeno a la política. Ésa ha sido su opción vital: consagrarse a su vida pública con limitadas excursiones a su vida privada.

El Presidente seguía obsesionado por observar cada detalle. Esa tarde llamó al alcalde de La Paz para que arreglara unos focos de la Plaza Murillo y al de Cochabamba le indicó que llevarían el cemento para construir una calle en su ciudad.

Desde el monólogo inicial y por el término de un mes vería cómo gobernaba el país desde el Palacio, presenciaría su cotidianidad allí; asistiría a reuniones de Gabinete, sus tête a tête con ciertos ministros, sus encuentros con alcaldes, parlamentarios, empresarios, funcionarios de organismos internacionales; sus largas tenidas con el círculo más íntimo con el que llevaba adelante la gestión de gobierno. Pero también lo acompañaría en rutinas menos públicas, como mirar televisión o compartir el vestuario con viejas glorias del fútbol boliviano. Hablaríamos de temas de su presidencia y también ajenos a ella, como la cocina en tiempos de soltería.

—No espero estar en las reuniones secretas de Palacio —le dije con ingenuidad.

—Las reuniones secretas no son aquí, jefe —se burló.

Aclaró que para estar ahí debía salir con cierta frecuencia. Sostiene que en el Palacio se encuentra el gobierno, pero no el poder. Además, el Palacio es sofocante: no corre el aire, en muchos ambientes no es posible distinguir si es de día o de noche y la mayoría de los muebles y adornos parecen pesados.

Bajó al hall central y se sentó entre los presidentes de las cámaras de Diputados y Senadores integradas por niños. Primero habló el presidente de la Cámara Baja, Héctor Mamani, dieciséis años, muy parecido a Evo, pero en una versión flaquísima y con una nariz más pronunciada, que podía evocar el pico de un loro. “Mi persona quiere decir algo: queremos participar en la construcción de un proyecto de cambio”, dijo. Unos cien dipuchicos y senachicos tomaban chocolate caliente, se sacaban fotos y algunos se reían de la cara de un custodio.

A su turno, el Presidente les contó su agenda del día. De cinco a seis reunioenes con asesores con los que habló sobre la cumbre energética de Venezuela. Después se dedicó a la situación de la mina de Corocoro. “¿Cómo podemos hacer para conseguir los cien millones de dólares que necesita para su reactivación? Desde que me levanté pienso en eso, niños, y quiero que reciban información de primera mano.”

Luego les dio una definición de la presidencia:

—Es como ser padre de familia. Trabajar y trabajar para que la familia coma y se eduque.

Muchos seguían con sus chistes y un barullo se había instalado en el hall.

—Niños, yo no he podido estudiar Economía o Derecho, pero no me arrepiento. Aprendo aquí. Cuando era pequeño mis padres me enseñaron a ser respetuoso y humilde. Mi padre me decía “Evito, si quieres ser respetado, respeta a los mayores y a los menores”.

Los mozos ya repartían cajas de golosinas.

Después del acto empezó una gira que, tras breves escalas en Caracollo y la ciudad de Cochabamba, tendría como centro el departamento de Tarija. Lo acompañaba su fotógrafo, Noah Friedman-Rudovsky, y Sacha Llorenti, viceministro de Coordinación con los movimientos sociales y (en la práctica) también su secretario privado.

En el helicóptero, le pusieron orejeras y anteojos negros por la operación de ojos. En Caracollo —un pueblo sobre la carretera del eje troncal entre La Paz y Cochabamaba— entregó computadoras. “Es un ser humano, no es un dios”, gritó un adolescente al ver los llantos y la locura que había provocado. Después del acto Evo brindó con cerveza negra de la región; no dejó de ofrecer una parte al suelo, a la Pachamama.

La tensión con la prensa ya integraba la agenda presidencial. En Cochabamba, durante un encuentro nacional de radios de los pueblos originarios, aseguró que el noventa por ciento de los periodistas simpatizaban con el MAS, pero los dueños de los medios eran antimasistas. “Mis padres me enseñaron a rezar con los ojos cerrados y Unitel dijo que me quedé dormido en misa. ¡Y me sacan fotos rascándome la nariz!”, se quejó. “Revisando la historia harán llorar al pueblo”, sugirió a los reporteros presentes. En su afán por intervenir en cada detalle, sugirió la programación de la cadena de radios comunitarias.

—De 6 a 9 cadena nacional, de 9 a 12 programación regional, a las 12 informativo y de 6 a 9 nuevamente informativo nacional. Si todo sale bien, instalaremos la televisión.

A los quince minutos entraba a sede de la Coordinadora de las seis federaciones del Trópico de Cochabamba. En su oficina de siempre, se detuvo en un afiche con candidatos de la elección de 2002. Mientras enumeraba el destino de parlamentarias y ministras que habían tenido las mujeres de la foto, le dije que él estaba mucho más joven.

—¿Qué me quieres decir, hermano? —preguntó.

Cuando ve sus fotos de Presidente se molesta al verse gordo y con las fotos viejas comprueba cuánto creció su panza.

Se enojó con un diputado por la falta de coordinación en una reunión que debieron cancelar.

—Hermano, así no es —protestó y puso los brazos rectos y pegados a su cuerpo.

Subió al cuarto piso, donde lo esperaban sentados unos quince dirigentes barriales, promotores de la construcción de un estadio en Cochabamba.

Les comunicó que sólo había un millón de dólares para el proyecto:

—Si hay algo que aprendí aquí —les dijo mirando a todos a los ojos—, es a saber cuándo un proyecto cuesta menos de lo que dice. Me he vuelto un especialista y no me maman más.

Su tono difería del de sus actos públicos. Era más seco, más categórico, e iba más al punto. Instruyó que eliminaran la parte de la obra que implicaría construir en terrenos privados.

—Pero convenceremos a los vecinos propietarios —le discutió una dirigente.

—Quiero ser responsable, compañera. Consulten a sus bases mi propuesta y el fin de semana definimos.

En la puerta lo esperaban dos autos de seguridad. El primero, en el que subió, salió chillando las llantas, y el segundo se demoró diez minutos porque un custodio se olvidó la pata de cordero que le habían regalado a Morales en el almuerzo de Caracacollo.

Cuando a las cinco de la mañana del día siguiente diluviaba en Cochabamba, el coronel responsable del avión presidencial llamó a un comandante para preguntarle por el tiempo en Tarija, ya que nadie contestaba en el aeropuerto. El comandante se levantó de su cama, miró el cielo y le informó: “Despejado”. Con esa certeza despegó el avión.

Tarija queda en la parte caliente del valle. Vive al calor de una doble ilusión: que el gas la confirmará como la Kuwait boliviana y que el gas la hará inmensamente rica. El 85% del gas y el 84% del gas condensado del país salen de este departamento. Los ingresos por hidrocarburos pasaron de seis millones en 1997 a 237 en 2007.

La delegación, a la que se sumaron ministros y viceministros, se alojó en Los Ceibos, un hotel cuatro estrellas sobre una avenida ancha, dividida por un boulevard. Allí Evo se reunió con los alcaldes que recibirían financiamiento de un fondo especial del gobierno venezolano de sesenta millones de dólares, que debía distribuirse entre los nueve departamentos. En el entrepiso de columnas rojas y cerámicos que formaban un tablero de ajedrez, Morales se sentó con los alcaldes, todos opositores. A un costado escuchaban los técnicos que estudiarían los proyectos; más allá, una mesa ofrecía bebidas calientes y frías.

Morales explicó el procedimiento: “Vemos el proyecto, su costo y en cuánto tiempo puede estar. Hoy a la tarde diremos cuáles aprobamos y entregaremos el cheque”.

El primer intendente expuso el proyecto de exportación de cebolla al Mercosur y aclaró que, como ya había recibido financiamiento, sólo necesitaba dieciséis mil dólares. El segundo pidió, treinta y cinco, veinticuatro y veinticinco mil para los tinglados de un núcleo escolar. El tercer alcalde, ciento ochenta y ocho mil para un plan de renovación de la papa. El cuarto, de Río Pilcomayo, dijo sin ruborizarse que necesitaba ciento diecinueve millones de dólares para un proyecto de cultivo de uva y para su exportación.

El Presidente pidió que ejecutaran los proyectos en un año. “Ese camino lo reformaremos”, le indicó a un alcalde. A otro, que avanzara con cuatro de sus seis pedidos. A un tercero le exigió que bajara el precio. Uno solo retrucó: aseguró no contar con recursos para licitar.

Evo, en su rol de ejecutor, omitió temas políticos.

Por tierra viajó a un acto de entrega de viviendas en San Pedro de Buena Vista, que casi se suspende por falta de público. Se trataba, en realidad, de un grupo de casas de ladrillos sin revocar frente a laderas verdes cubiertas por plantaciones de maíz.

—Yo he sido inquilino —contó en su discurso—: cuando llegué a Oruro me alojé en una casa. No podía gritar, ni invitar. No piensen mal (se rió y los asistentes rieron con él). Una vez llegué a las once de la noche a Cochabamba y dormí en el mercado. Algunos farreaban y yo pedí acostarme en un costadito hasta que se hiciera de día. Sé lo que es no tener plata ni casa.

Es una constante en su discurso público: el relato de su vida confirma el dolor y las carencias del país y sus acciones de gobierno son su forma de remediarlos.

En el recorrido el barrio Cuarto Centenario de Tarija advirtió más de esas faltas. Inauguró una escuela, pintada de celeste, con luces de tubo, pizarrones y vitrinas en sus aulas, y con un perímetro de reja. Alrededor se veía la precariedad de las casas alimentadas a garrafas.

De ahí el Presidente voló a Padcaya, un pueblo de veinte mil habitantes a casi doscientos kilómetros de la frontera con Argentina, para inaugurar un centro de rehabilitación para discapacitados y entregar computadoras. No funcionaban los micrófonos, pero sí los megáfonos. Un violinista ciego interpretó un tema. Morales volvió a contar un episodio de su vida para dar sentido al acto y a la acción de gobierno: “En mi primer viaje a Europa debía hablar por teléfono, que era muy caro, porque no sabía usar el Internet. Ahora sé qué importantes son las computadoras para comunicarse”.

En el siguiente vuelo en helicóptero reparó en su camisa manchada de verde —por una guirnalda con hojas— y concluyó que debería cambiar de prenda en cada acto. Al año vestiría, calculó, unas mil quinientas. Cuando el superpuma venezolano aterrizó en unos maizales, la tierra tapó su cara. Un campesino lo tranquilizó: “No tema, aquí la tierra es sagrada”. Había llegado a Emboruzú.

Para ampliar su consenso y popularidad, Evo cree que debe visitar lugares ignorados por los cartógrafos. En ese acto no había prensa, sólo doscientos pobladores. Iluminados por el atardecer anaranjado y unas bombitas de luz que unían los acoplados de dos camiones, esperaban la inauguración de una central procesadora de cítricos administrada por una cooperativa.

La ministra de Producción y Microempresa Celinda Sosa contó que las máquinas que buscaron en Teherán no servían. Morales les advirtió que si fracasaban en la administración de la cooperativa podría volver la empresa privada. “Tenemos que armar un brazo económico con asociaciones y cooperativistas: no alcanza con los sindicatos.”

De regreso al hotel, entregó en mano los cheques para diecinueve proyectos que totalizaban 1.388.996 dólares. Les aclaró a los alcaldes que no existía ningún tipo de condicionamiento político. El intendente de San Lorenzo, el que más recibió (427 mil dólares), estaba turbado por la chicha. En cambio, el que había pedido 119 millones, debió conformarse con 89.363. Morales pidió un aplauso para Venezuela. Y aplaudieron.

Días después un alcalde de Tarija le enviaría la fotocopia de un cheque al embajador de los Estados Unidos, quien se lo mostraría a funcionarios bolivianos con evidente disgusto. Un disgusto similar provocó en la oposición, ya que denunció que el dinero de Caracas ingresaba sin registro al Tesoro General de la Nación, violando la normativa vigente. El Presidente rechazó esa acusación y dejó en manos de una unidad fiscalizadora el seguimiento de las obras. Cuando su jefe, Pablo Guzmán, le planteó los riesgos de que surgieran escándalos, le contestó:

—Si me mandan a la cárcel, iré. Prefiero hacer el cambio, intentar hacerlo, antes que no hacer nada. Si termino en la cárcel, algún día el pueblo me sacará.

Después del acto de entrega de cheques el Presidente me llamó a su habitación para una “evaluación internacional” de la gira. Lo acompañaban su vocero, Alex Conteras, y el viceministro Llorenti. En una de las paredes del living colgaba un mapa con rutas bioceánicas. “He tenido poco tiempo para estudiarlo”, se lamentó. Días atrás, había hecho un sobrevuelo de cinco horas de Guayamerín a Cobija para verificar los beneficios de una ruta bioceánica.

Sentado en un sillón de mimbre, miró sus celulares y les pidió silencio. Uno de ellos exhibía a Ernesto Guevara como protector de pantalla. “Ésa es mi línea”, le dijo mostrándole la foto al secretario general de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), Freddy Ehlers. Sus dos teléfonos suenan todo el día y muchas veces él contesta.

Ciertos días llaman mujeres que quieren ofrendarle su vida. Una de ellas le confesó meses atrás que tenía miedo de que lo mataran. Ese temor de los otros ha sido una constante en su historia personal y ni siquiera la investidura presidencial lo disminuyó. Él no lo comparte y pretende que sus colaboradores más cercanos tomen cursos para protegerlo y reducir así los custodios oficiales.

Ya relajado, contó los atributos que buscaba en una compañera: deportista, de izquierda, joven, buena persona, divertida, cariñosa. Que lo cuide y que le acaricie el pelo. “A mí me gusta cocinar con ella en la casa y eso no es de machista”, agregó. La cocina, en realidad, midió su relación con la militancia antes que con las mujeres. Como dirigente joven, la garrafa le duraba cuatro meses. Cuando se extendió a un año reparó cuánto había cambiado su vida.

En ese momento recibió el llamado de una mujer —la presidenta de Chile— y se fue a su dormitorio:

—El martes me reúno con Bachelet —anunció al volver.

La conversación se hizo política. Le pregunté por qué seguía concentrando tanto poder y por qué tomaba tantas decisiones por día.

—Pero yo tengo que seguir los temas. Piensa en Fidel y Chávez: ellos conocen cada detalle. Además, a mí se me ocurren muchas cosas.

—Les decís a los cocaleros que no aumenten la producción de coca porque eso desvaloriza su precio. ¿No pasa lo mismo con la palabra del Presidente? ¿Con tantos discursos, conferencias de prensa y declaraciones tus palabras no se desvalorizan?

—Yo quiero estar en contacto con esa gente, llegar hasta ellos. Ellos no han tenido una relación así con ningún presidente. Yo ni siquiera quiero salir en la prensa con esos actos.

Le planteé mi reparo en cómo generalizaba sus ataques a la prensa. “Hay que mantener el diálogo”, concedió.

El prefecto de Tarija, Mario Cossío, uno de los opositores a su gobierno, lo esperaba un piso más arriba. Le aseguró que existía un plan de desestabilización en su contra. El Presidente lo negó y lo instó a acordar con las organizaciones sociales ya que eso le garantizaría gobernabilidad. Antes de despedirse, le pidió la llave del estadio para poder jugar al fútbol y entregar tractores al día siguiente. El prefecto contestó que sí, pero no cumplió.

“No lo llamaré: no me arrodillo ante cojudos”, largó y trasladó el acto y la entrega de tractores al mercado de la ciudad. Al lado del escenario, relucían los tractores Venirán, fabricados por Venezuela e Irán. También, camiones de frutas. Había un francotirador del gobierno sobre un tanque de agua. La seguridad retiró a un manifestante que llevaba una pancarta que reclamaba “No a la corrupción en el MAS”.

El entredicho con Cossío no le hizo perder su actitud conciliadora. A las siete y media de la tarde se reunió con el Comité Cívico de Tarija, otro grupo opositor, con el que Morales prefería mantener una convivencia aceptable. A los alcaldes, en cambio, pretendía sumarlos a su proyecto a través de la entrega de fondos y mostrarles que él priorizaba la gestión.

La gira terminó con un partido de raqueta y con un asado. A las nueve de la noche, el Presidente empezó a pelotear contra un frontón de cemento gastado y pintado de celeste y con líneas blancas. Vestido con una chomba negra con la inscripción Cancún y un short de la selección boliviana, jugó un dos contra dos. Después invitó a toda la delegación, incluida la seguridad, a comer carne e hizo un par de brindis.

Antes de la medianoche viajó a la isla Margarita, en Venezuela, para la Primera Cumbre Energética Sudamericana. Allí tuvo un encontronazo con Lula y un disgusto menor con Chávez.

En la suite presidencial del Hotel Hilton, le anunció al presidente de Brasil la intención de Bolivia de comprar las refinerías de Petrobrás que operaban en el país, como parte de una política carburífera que aumentaba la presencia estatal en toda la cadena de producción.

En la reunión más dura que habían tenido hasta entonces, Lula contestó que si eso ocurriera Brasil dejaría de invertir en Bolivia. “Preferimos vender todo”, acotó el presidente de Petrobrás, José Gabrielli. Las perspectivas futuras no eran alentadoras: Brasil pedía doscientos millones de dólares por las refinerías y Bolivia ofrecía sesenta.

Al final, Lula, intentó conciliar:

—No pongamos en riesgo la relación por un monto tan pequeño.

Pidió a Morales que entendiera su situación interna: “No tengo mayoría en el Parlamento, los medios de comunicación son hostiles”. Quedaron en seguir negociando.

En la cumbre, el conflicto por los biocombustibles molestó a Evo. Brasil, Colombia y Chile se pronunciaron a favor de su uso mientras que Venezuela y Bolivia lo rechazaron. Chávez se reunió con Lula y acordaron que hubiera un documento final con la posición de Brasilia. “Sin ese documento, la cumbre será considerada un fracaso”, le explicó el venezolano a Morales. Algo enojado, contestó que no estaba de acuerdo porque él priorizaba el cuidado de la Madre Tierra.

En la declaración final de la Cumbre los participantes expresaron su “reconocimiento al potencial de los biocombustibles para diversificar la matriz energética suramericana”. Al lado de su firma, el presidente boliviano escribió a mano “con observación asunto biocombustible”.

Con ese disgusto aterrizó en La Paz. Su talante empeoró a causa de un conflicto que había estallado en Tarija, horas después de su partida: la disputa entre las provincias de Gran Chaco y O’Connor por el cantón Chimeo, donde Repsol opera el mega campo de Margarita (trece billones de pies cúbicos de los cuarenta y ocho billones que cuenta Bolivia) había provocado enfrentamientos entre los pobladores y las fuerzas de seguridad. Aunque los alcaldes de los dos principales pueblos de Gran Chaco —Villamontes y Yacuiba— ya estaban en huelga de hambre y reclamaban una solución en el momento de la entrega de los cheques venezolanos, Morales creyó que el conflicto estaba bajo control. En realidad, la Prefectura y el gobierno nacional llevaban meses echándose la culpa sobre quién debería definir el conflicto.

Al llegar de Isla Margarita, convocó de urgencia a su círculo de confianza en la residencia San Jorge. A los pocos minutos, por radio, se enteró de la muerte de Derman Ruiz: una bala le había destrozado la pierna izquierda y murió desangrado. Según la versión oficial, Ruiz y un grupo de manifestantes habían intentado cerrar las válvulas de la estación Transredes que suministra gas a la Argentina y a Tarija. Se hizo un largo e incómodo silencio. Morales bajó la cabeza. Superado el shock inicial, dijo que había una conspiración interna. Se despachó contra Fabián Yaksic, el viceministro de Descentralización. “Yo dije que debía estar en el lugar y no fue”.

La línea oficial consistía en responsabilizar por el conflicto al prefecto de Tarija. Se basaba en la lectura política y en un informe de dirigentes tarijeños que señalaba que uno de los subprefectos repartió plata para sumar manifestantes. El gobierno pidió que la prefectura de Potosí arbitrara sobre la disputa entre las dos provincias y anunció que García Linera conduciría un proceso de diálogo.

El Presidente se convenció de que la crisis trascendía el conflicto regional: ponía en jaque la nacionalización, y aun el control del territorio nacional.

Ante el riesgo de que se produjera un desborde o incluso tomas de plantas, quiso saber las condiciones para una intervención militar. “Va a ser muy difícil”, le advirtió el ministro de Defensa Walker San Miguel, temeroso de que hubiera más muertos. El miércoles a las seis y media, después de dos horas de sueño, empezó la reunión de Gabinete. “No hemos llegado al gobierno para llenarnos de sangre —le dijo a sus ministros— y ha muerto otro boliviano.” Pidió a cada uno una evaluación política. Muchos pidieron dureza. El Presidente se quejó por la falta de soluciones. Manifestantes tomaron la planta de Transredes. Amenazaban con hacer explosiones y podrían cerrar las válvulas de envío de gas a la Argentina. En Yacuiba seguían los saqueos y los enfrentamientos. A las cinco y media de la tarde el Presidente recibió, vía fax, el informe de inteligencia que confirmaba que sesenta miembros de las fuerzas de seguridad habían sido tomados de rehenes y que una “turba” había saqueado la planta de bombeo de gas de Transredes. Como los de protocolo olvidaron prender las luces, el palacio permanecía en penumbras.

Convocado por Morales para que diera explicaciones sobre la muerte de Ruiz, el jefe del ejército Freddy Berzatti, aseguró que su fuerza no había disparado las balas letales, pese a ciertos indicios en sentido contrario. Dijo también que cada acción conjunta con la Policía terminaba mal. Como Evo confía más en las Fuerzas Armadas que en la Policía y en sus partes de inteligencia, decidió que los militares intentaran recuperar la calma en Yacuiba.

En la reunión de Gabinete de esa tarde, el ministro de la Presidencia Juan Ramón Quintana propuso que el operativo se hiciera esa noche. Necesitaban gases lacrimógenos, pero el Ejecutivo no tenía porque había asumido el compromiso de no reprimir. De urgencia, pidió al gobierno argentino que le proporcionara algunos cartuchos a través de un regimiento fronterizo. Evo preguntó la proporción de tropas y ocupantes y se puso más nervioso cuando se enteró de que contaban con molotovs. “¿Pueden destruir algo?”, quiso saber. Le inquietaba que la ocupación de los pozos pudiera convertirse en costumbre.

Con el correr de las horas se convenció de que Cossío contaba con el apoyo de las empresas trasnacionales. Las petroleras empezaron a presionar. Con sendos faxes dirigidos a la Presidencia, Petrobrás y Repsol preguntaron qué pasaría con el desabastecimiento. Como la exportación se redujo por la crisis, Bolivia ya había perdido novecientos ochenta mil dólares.

Este conflicto resumía muchos de los que suele enfrentar el gobierno boliviano. Entre sus episodios, sucesivos o simultáneos, no faltaban la confrontación con un prefecto de una región adversa, la disputa interna por los recursos naturales, las presiones externas para garantizar el suministro del gas y las dificultades del Estado para contener la conflictividad social.

El viernes, el Ejército recuperó el control de las plantas de Transredes y Gran Chaco y se estableció que los municipios empezarían una ronda de conversaciones.

El domingo, el Presidente trabajó en otro tema.

A las siete y media de la mañana escuchó en la Plaza Murillo a la Banda Imperial de Oruro en la que había tocado de joven. Un niño se acercó para hacerle una pregunta:

—Hola, ¿tú eres Juancito Pinto?

Juancito Pinto es el bono estatal para escolares.

El Presidente se dirigió, río abajo, a una residencia con jardines en Huajchilla para evaluar la marcha del gobierno, como también había hecho con senadores y diputados. Empezó su intervención con un reto:

—No somos la mitad y ya son las nueve… Apaguen los celulares.

Sobresalían gorras de béisbol y sombreros de paja. Cuando sonó un celular, mató con la mirada al que atendió.

En su monólogo exigió más compromiso, que no se centraran tanto en su gestión, que se politizaran más y que defendieran dos de los pilares del proceso: el decreto de nacionalización y la Asamblea Constituyente.

—Ustedes siguen siendo dirigentes y tienen que trabajar como dirigentes toda la semana. Si no están comprometidos, deben irse.

Cuando salió al jardín pidió que el almuerzo estuviera a la una y preguntó por los informativos de la radio. Lo inquietaba la denuncia de un constituyente opositor que había declarado que Esther Morales, su hermana, dijo en una reunión privada que ya había una constitución redactada. Muy sensible a las menciones sobre su familia, decidió que su hermana no tuviera intervención pública.

Volvió a la sala y tomó lista: La Paz, treinta y cuatro de ochenta alcaldes, Cochabamba sesenta de noventa, Oruro, nueve de quince, Santa Cruz y Beni, ninguno. Exteriorizó su enojo:

—Disciplina tiene que haber, si no vamos a empezar a suspender. A los que se queden dormidos les descontaremos los sueldos (risas).

Después hablaron los alcaldes, incluso los dormilones. Cuando empezaban el discurso diciendo “Señor Presidente”, Evo los corregía: “Vayan directo al punto”. Uno dijo que ya no se hablaba de deuda externa. Otro pidió un semanario oficialista con información y análisis. Otro reconoció que les faltaba capacitación, unidad, información política y autoevaluación. Otro se quejó porque los medios estaban comprados. Otro pidió que se publicitaran los diez puntos del programa de gobierno. Otro lamentó que nunca tuvieron la información que el vicepresidente les acababa de dar sobre el decreto de nacionalización. Otro pidió la estatización de las telecomunicaciones. En general, los alcaldes mostraron un respeto excesivo por el Presidente, casi temor. No hubo espacio para la discusión.

Evo cerró la reunión de diez horas que sólo tuvo un recreo para almorzar milanesas con papas fritas:

—A veces, llamo ministros a palacio para que manden cartas que no mandaron… Otra debilidad que tenemos: la información. Estaba pensando ahora en cómo sacar spots, jingles. A algunas radios que simpatizan con nosotros no las podemos ayudar porque son ilegales y no pueden facturar. No podemos comprar un canal de televisión: ATB está en venta, pero sale veinte millones de dólares… Ojalá haya un diario de izquierda, hay una propuesta de un semanario de información… Tiene que haber información de boca en boca.

  • Martín Sivak
    Sivak, Martín

    Martín Sivak (Buenos Aires, 1975) estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires y siguió estudios de doctorado en Historia de América Latina en la Universidad de Nueva York. Periodista desde los dieciocho años, ha escrito en diarios y revistas de la Argentina y América, y participado en ciclos de radio y televisión. Publicó El asesinato de Juan José Torres (1997), El dictador elegido: Biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez (2001), El doctor: Biografía no autorizada de Mariano Grondona (2005), Santa Cruz: una tesis (2007) y Clarín, el gran diario argentino. Una historia (Tomo I, 2013). Jefazo. Retrato íntimo de Evo Morales fue editado originalmente en 2008 y traducido al inglés, francés, italiano y chino.

     

    Obra:

    • El salto de papá
    • El doctor. Biografía no autorizada de Mariano Grondona
    • Jefazo. Retrato íntimo de Evo Morales
    • El dictador elegido, biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez
    • El asesinato de Juan José Torres